Las elecciones del domingo en Perú confirmaron la enorme fragmentación de la representación política, pusieron al país en el escenario de una segunda vuelta que tendrá una dosis extra de polarización y no disiparon el riesgo de conflictos de poderes como los que caracterizaron al actual período de Gobierno.
Por sus protagonistas, el balotaje y su campaña electoral traerán reminiscencias de la crítica última década del siglo pasado, cuando el Gobierno de Alberto Fujimori puso fin al conflicto armado interno que venía de los años 80 pero al precio de graves y masivas violaciones de derechos humanos, por las que ahora está en la cárcel.
La segunda vuelta enfrentará a Pedro Castillo, un sindicalista que no tiene vínculos directos -como muchos sospechan en Perú- con Sendero Luminoso, pero se le atribuyen coincidencias y simpatías, y a Keiko Fujimori, la hija mayor y heredera política de Alberto.
Como es de rigor en estos casos, los protagonistas de la segunda vuelta ya salieron a buscar los votos que necesitan mediante previsibles apelaciones al diálogo con el resto de las fuerzas políticas.
“Se trata del país y por el país tenemos que deponer cualquier actitud; por mi parte no van a tener ningún obstáculo, no solo para dialogar, sino para recoger la experiencia de sectores políticos; tienen aquí a un partido y a una persona dispuesta para sacar adelante al país”, dijo Castillo esta mañana protagonista de este balotaje.
Más cauta, porque solo esta tarde el escrutinio pareció confirmarle el segundo puesto que esta madrugada ya le había augurado un conteo rápido de votos, Fujimori dijo que había que esperar los resultados oficiales pero se mostró dispuesta a acordar con otras fuerzas del espectro de centroderecha, principalmente con la que postuló al economista liberal Hernando de Soto, con quien disputaba el pase al balotaje.