En el libro Apuntes para las militancias, María Pía López apura unas notas sobre la experiencia de Ni Una Menos, desde aquel 3 de junio de 2015. Aquí un fragmento sobre esa inesperada irrupción del Basta, su relación con las pioneras feministas y con una masa de más largo amasar que es su terreno, horizonte y desafío.
Por María Pía Lopez*
Un 3 de junio de 2015, centenares de miles nos encontramos en las calles. Nos sorprendimos mutuamente. ¿Dónde estábamos antes?Muchas en organizaciones y redes feministas, otras ya habían disfrutado los encuentros naciones de mujeres, pero muchísimas no se habían movilizado nunca y menos en nombre del derecho a vivir con autonomía. Esa movilización se hizo con la consigna Ni una menos y éste fue uno de los sentidos compartidos del Basta. Cuando decimos Ni una menos decimos Basta y a la inversa. No es posible el Basta sin el grito dolido contra la violencia femicida. La aparición de esos cuerpos inesperados en las calles fue afirmación práctica insoslayable de que todos los cuerpos valen.
En los primeros meses de 2015, mientras el país se preparaba para una dramática coyuntura electoral y la escena estaba conmocionada por el suicidio de un fiscal (esto es lo que ocupaba tapas de diarios, sets televisivos, operaciones de servicios de inteligencia, alianzas políticas), nosotras nos alertábamos ante el horror creciente. Muchachas aparecían asesinadas, algunas descartadas en bolsas de basura. Literalidad absoluta. No sólo , decían que nuestras vidas eran desechables, sino que lo convertían en un rito macabro, en realidad última. Al contéiner, al basurero, en bolsas negras. No eran las únicas asesinadas, pero sí las que por su edad y trama social, resultaban visibles. Comenzaron a surgir acciones. En una de ellas, pequeña, se acuñó la frase Ni una menos. Se trataba de una maratón de lectura, que intentaba poner palabras, narraciones y sentidos allí donde la crueldad inscribía su trazo mortuorio y nos destinaba al sacrificio. Scherezadas que narraban, no para postergar su propia muerte, sino para empezar a desanudar el tejido que hace posibles tantos femicidios, para sacar filo a una hoja capaz de tajear la red de complicidades o abrir la bolsa e basura para evitar la asfixia, palabras o narraciones para desandar el camino de la naturalización de la violencia y para decirnos, antes que nada, que no estamos solas. Se discutió, en esos días y en esa noche, el significado de la bolsa. Algunas dijeron que no: que no lo éramos ni lo seríamos, que estábamos conjuradas para evitarlo, que nuestro lugar no era el de las víctimas.
Ese grito en la noche fue escuchado. No somos mujeres de la bolsa, ni siluetas en el piso, ni cadáveres futuros. Somos las brujas que no pueden quemar, seguimos inventando contraseñas y ritos y noctambuleces y conspiraciones. No nos imaginamos en la hoguera o al borde de los maderos, sino alrededor de la olla en la que guisamos esfuerzos y cantos. También en el plano de la representación estética hay conflictos o disidencias que sería interesante convertir en querellas. Este sujeto político que busca sus palabras y sus artes, sus imágenes y sus colores, se tensiona en discusiones: no para fragmentarse, no para alojarse en la comodidad de lo idéntico, no para enorgullecerse de la hegemonía que logra imponer sino para producir un espacio común, una zona en la que esos debates sean posibles, donde la multiplicidad sea reconocida como valor y no como obstáculo, una política sin dueñismos ni jefaturas, más allá de las necesarias en una contingencia o coyuntura. Lo común es querelloso y eso lo vuelve difícil, opaco y tenso. La dificultad de la época es construir la hospitalidad para esa querella: solemos llamarla frente porque es el nombre político de las articulaciones, de las disposiciones a tramar en común, de las alianzas defensivas y ofensivas, de los puntos de acuerdo mínimo y el ámbito compartido para que florezcan. Frente y hospitalidad para ese sujeto del Basta. Hospitalidad en nuestra amorfa, disímil y múltiple existencia colectiva a todas las participaciones en otros frentes.
¿Dónde estábamos?¿Por qué, de golpe, el de junio, éramos tantas?¿Cómo salimos de los barrios, dejamos los lugares de trabajo y de estudio, nuestras casas, caminamos hacia el mismo lugar, nos congregamos con y sin palabras feministas? ¿De dónde salían tantas y tantas jovencitas que le daban un rostro desconocido a la movilización?¿Qué era ese río callejero en el que se encontraban las feministas más tenaces con las que salían por primera vez a decir Basta? Ojos nuevos teníamos todes. Ojos abiertos porque lo que se nos ofrecía ante la vista era algo recién nacido. Que provenía de las condiciones de posibilidad amasadas históricamente –y disculpas por tanta sociología.
La masa se amasa. Lo saben las camadas de militantes que perseveran en tiempos oscuros, que insisten en reunirse y transmitir lo que saben para generar conciencia y experiencia común. No habría despenalización social del aborto sin as activistas que espadearon en soledad contra poderosas instituciones. Contra las iglesias y su tenaz control de la sexualidad y apología de las familias conservadoras. Contra las persecuciones estatales y el negocio clandestino. La masa se amasa con ínfimas e infinitas acciones: una salida a la calle, un cartel, una declaración, una campaña, una táctica efectiva, una insistencia contra el cansancio o hasta el cansancio. Precursoras, vanguardistas, patrullas perdidas: sembradoras de un futuro, persistentes brazos abiertos para las que vendrán. Aún quienes amasaron tuvieron ojos nuevos porque lo nuevo estaba insurgiendo y nos sorprendía, fogosidad deslumbrante, resonancia multitudinaria del Basta. Lo nuevo y lo viejo no tienen edad en los acontecimientos políticos: estos producen una edad inaugural, que es para todes igual. Sólo se trata de atravesar, de abandonarse a lo que llega, a lo que producimos para que advenga, a lo que aliviamos de su quietud con nuestros pasitos querendones.
Ese río que brotaba con tantas caras recién llegadas, era joven y juvenil al mismo tiempo, y salía, entre otros lugares, de las aulas de las escuelas secundarias. Durante años y a los tropezones, se desplegó en las escuelas el proyecto de educación sexual integral. No se trataba sólo de enseñar anatomía o métodos anticonceptivos, como en las escasísimas clases de educación sexual que tuvo alguien de mi generación. Se trató de algo más poderoso: enseñar que lo binario no es destino sino construcción social, que los géneros son moldes a transformar, que la igualdad es condición y horizonte, que es punto de partida y derecho, que la autonomía sobre nuestros cuerpos es fundante. La educación sexual integral hizo pedagogía feminista, aun sin nombrarse así. Niñes crecieron en esas libertades, como lo hicieron en una época política que se estaba cerrando en 2015 y que les había permitido militancias sin miedos, aires más respirables y organización sin persecusiones.
En esas experiencias democráticas se sedimentó también la masa que nos deslumbró en 2015.
*Socióloga, escritora y militante.
Fuente: Apuntes para las militancias. Feminismos: promesas y combates. La Plata: EME,2019
Ilustración: intervención callejera, Gráfica del Pueblo.
FUENTE: FMLAPATRIADA.COM.AR